viernes, 25 de agosto de 2017

Enseñanza del Carpincho



Volviendo de la playa  Las Perdices, en Concordia, unas figuras se asomaban  para cruzar el camino.
Ya había estado absorta por el paisaje del bellísimo Río Uruguay, su costa, sus piedras, el atardecer… Realmente no pensaba que algo más pudiera cautivarme esa tarde.
Ahí los vi. Dos carpinchos grandes, orondos y robustos encaraban a cruzar justo por delante del auto en el que viajábamos.
En un primer momento,  de la sorpresa no me venía el nombre a la cabeza (nutria, tapir, hasta que salió “carpincho”).
Cuando los seguí con la mirada, la naturaleza me despabilaba con algo más bello aún, me mostró con letra mayúscula la maestría de este animal: vivir en familia.
Carpinchos de todos los tamaños compartían tiempo y espacio.
Esa imagen me hizo pensar en cuántas familias se disgregan por competencias, intolerancia, celos o simplemente falta de amor.
Me dejé conmover por la ternura que fue como  una puntada en el corazón al ver cómo compartían  tiempo y espacio pacíficamente todos los miembros del clan,  con sus diferentes etapas de vida transcurridas.

A la familia te une la sangre, el apellido, el sentido de pertenencia. Uno sabe que tiene un origen, una raíz. Lo que uno tiene que aprender y nutrir es saber estar con otros. Dedicarle tiempo a la familia.
Evidentemente el carpincho hace reflexionar acerca de la familia amplia (padres, hermanos, primos, tíos abuelos; aquellos con los que uno no está todos los días) e invita a frecuentarlos para modelar nuestro ego y enriquecer el amor.

Aprender a estar en familia puede ser una bendición o un gran desafío. Cada uno lo toma como puede. El carpincho enseña majestuosamente a que puede haber paz en el estar con otros; quizás el secreto sea dejarse llevar por el instinto, correr las elucubraciones para que la familia con todos sus bemoles conviva.



                                                                                  Lic. Ivana  Rugini