lunes, 20 de enero de 2020

El Caribe entrerriano


El Caribe entrerriano

Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Ciudad bella de cuadras cortas, veredas angostas y cordones altos.
Evelina y Hernán, nos propusieron comenzar a conocer Concepción subiendo a un catamarán y cruzando hasta Cambacuá, convencidos y orgullosos de mostrarnos el Caribe entrerriano.
Llegar a la isla y meternos en aguas templadas (y hasta diría calientes), para mí fue la gloria.
Observar los inquietos cardúmenes de pequeños peces al lado de mis pies surtió un efecto inesperado; me abrí inmediatamente a su sabiduría.
Toparse con un animal y verlo desde una perspectiva  mística implica que te dejes embelesar por su ser y su esencia.
El pez es asombroso de por sí; y el agua en el que vive, más.
Las enseñanzas de los peces como totem  son el crecimiento, el desarrollo, la creatividad, la transformación y la abundancia.
Por pertenecer al elemento Agua, la clave para lograr aprender todas estas lecciones está en el conocimiento y manejo de las emociones.
De todo, lo que más me llamaba la atención era la capacidad de esas criaturitas  de ir en masa, juntos, viviendo y cuidándose.
Así es como habíamos llegado hasta ese lugar paradisíaco: en grupo, con gente querida que se abría a compartir costumbres, experiencias y charlas sanadoras. Nosotros estábamos  formando nuestro propio cardumen chapoteando en el agua, jugando y analizando entre todos lo que pasaba en nuestro interior con conversaciones profundas y transparentes mientras los Maestros en el tema esquivaban las manos de los chicos que intentaban agarrarlos.

                                   
                                          Lic. Ivana Rugini


viernes, 17 de enero de 2020

¿Club o no club?





¡Cómo se nota que estoy en la mediana edad! Recuerdos que antes por más que hiciera fuerza no venían, ahora brotan a borbotones en mi mente.
Antes, quizás, de algunas cosas solo venían flashes o sensaciones efímeras de haber visto, estado, hecho y vivido; pero últimamente aparecen con más nitidez, lo cual implica más consciencia.
Recordar pone sobre la mesa el pasado y lo que se vivó en automático ahora se ve en pantalla completa.
Con mis años puedo registrar y valorar cómo en casa me empujaban a que estudiara, a que eligiera  cursos extras que amplíen mi formación, a que enfoque en un deporte,  a que abra las puertas de casa a los chicos de la escuela y también del club.
Haciendo limpieza de cajones me topé con el carnet de mamá y las historias se empezaron a disparar en mi cabeza:
·        los timbrazos del cobrador que cada mes se presentaba en casa para canjear dinero por “taloncitos” que habilitaban el ingreso al venerado club. También me acordé del “¡Decile que pase la semana que viene!!!!!” y con toda vergüenza de mi parte y con bronca de la suya  hacíamos muecas de que estaba todo bien.
·        Las canastas armadas para los domingos por la tarde poder tirar la mantita a la sombra viendo el movimiento incesante del río.
·        Rogar que las piernas den, no tanto para bajar la barranca que llevaba al club, sino para subirla… hacerlo en bicicleta era complicadísimo y el último tramo prefería bajarme y seguir trepando a pie.
·        Verano y club era la asociación de un aroma irrefutable: a sapolán.
·        La cancha de básquet techada era un paraíso para los horarios de calor extremo y sentarse en las gradas a pasar las horas era aburridamente divino.
·        El apuro por conseguir lugar en un quincho techado y la atención constante puesta en advertir cuándo y dónde iban a caer  las gatas quemadoras que parecían llover de los árboles hoy me causa una añoranza tan grande…

El tiempo pasó y no me siento mal por eso. Todo lo contrario. Admiro la previsión de mis viejos de invertir en un club para mí,  aún con vaivenes económicos.
El clima en casa no era el mejor, pero a mí me cuidaba el club. Poder contar con un espacio donde se prioriza el esparcimiento y el deporte es ideal para una joven. Así crecí valorando la naturaleza y aunque hoy no soy el mejor ejemplo de un cuerpo entrenado, también amé la actividad física.
Escribo para quienes son padres de niños y jóvenes.
Ante la pregunta  de ¿club o no club? Club. Definitivamente no es un gasto, es una inversión para la salud física, psíquica y social.
Claramente hay un escollo monetario, sí,  pero también hay ingenio para utilizar los espacios públicos y los rincones en que la naturaleza nos permite improvisar arcos de fútbol con lo que sea.
En cuanto al río, hay que buscarlo. Hoy, que ya no vivo en Zárate ni voy al  club, sigo acercándome desde distintos puntos para que continúe aportándome la templanza que tanto me ayudó en la juventud donde la vulnerabilidad era la constante.
Club, el que sea, como sea, donde sea y cuando se pueda. En cualquiera de todas sus versiones, lo importante es que grandes, pero sobretodo chicos, tengan acceso a actividades recreativas, deportivas y culturales.

                                                                 Lic. Ivana Rugini




viernes, 3 de enero de 2020

El niño interior





Dentro nuestro sigue estando el niño que fuimos. Si la imagen y el recuerdo que tenemos de nuestra infancia es la del abandono, es ese malestar  el que vamos a destilar a pesar de los años acumulados.
Si nuestros primeros años estuvieron rodeados de maltratos y carencias, el miedo a sufrir  lo mismo puede instalarse.
Si nuestra primera infancia fue maravillosa entre cuidados, mimos y protección extrema quizás le temamos al futuro y a no autovalernos.

Observándonos como adultos podemos darnos cuenta si nuestro niño interno está apagado, dormido o herido. Cuando no hay ilusiones, cuando nos falta alegría, cuando nada nos divierte ni entusiasma y creemos ser maduros porque tenemos un semblante hosco; algo anda mal.
Cuando la seriedad es parte de nuestra vestimenta y la estructura es el accesorio del  traje de  la amargura,  cuando no hay fluidez en el contacto con los pequeños de nuestro entorno y  no hay ni un ápice de lugar para el juego en ninguna faceta de la vida; el niño interior está herido y es necesario percibirlo y escucharlo para  tratar esa parte vulnerable y lastimada.

Un niño interior sano lo manifiesta quien puede convertirse en un adulto que disfruta de lo simple, de las pequeñas cosas, quien puede aplicar el juego y el humor a las obligaciones y responsabilidades cotidianas.

Mi niña interna está cada vez más suelta. Aprovechó el festejo del día del niño que organizó el sindicato de donde trabajo para hacer de las suyas. Con Mateo pasamos un momento hermoso, pleno y alegre.  Espero que para él haya sido un día inolvidable. Para mi niña interna, sin dudas que lo fue.
















Lic. Ivana Rugini