¿Qué le pasa a una mamá cuando su hijo no es de los niños agradables,
dulces, tiernos, obedientes y simpáticos?
Se me presentó el registro vívido y nítido de la VERGÜENZA que sienten
esas madres que ven lo que sus hijos provocan en otros…
Cuando una fantasea con la maternidad, no existe la posibilidad de que
su hijo no sea aceptado por el entorno, pero la realidad supera cualquier
fantasía, y hay hijos que causan rechazo.
Por supuesto que toda actitud o conducta de un niño puede ser leída por
un profesional y conocer qué hay detrás, qué necesita esa criatura.
Pero esta vez me detengo en leer
la tristeza, la desazón y la vergüenza que siente la mamá de ese chico.
La crianza conjuga amor y educación; y en el desarrollo de ese pequeño
debe tener lugar el despegue de los brazos de la madre para que lo tomen las
manos de otras personas (familiares, amigos y docentes).
Pero cuando esa mamá se siente, o literalmente, está sola y no puede
soltar al chico aunque quisiera porque del otro lado no hay nadie que lo
agarre,
cuando ve profesionalismo en las maestras pero no amor,
carisma, pero no ternura…
Cuando ve buena intención por parte de sus compañeros,
esfuerzo por soportarlo, pero no amor; duele.
Cuando a un hijo lo miran de costado entre estudiándolo y notando que
algo raro tiene, perfora el corazón.
Hay cuadros que causan lástima, pero hay otros que generan Rechazo…
¿Qué siente la mamá que es mirada, señalada, cuestionada, interpelada…
porque su hijo no se porta “bien”, no se sienta “bien”, no come “bien”, no pide
“bien” las cosas, interrumpe e irrumpe, corre, pega y muerde?.
El niño ya deja de tener nombre, para pasar a ser:
el que golpea,
el que grita,
el quisquilloso,
el que no come con cubiertos,
el que mastica con la boca abierta,
el que se limpia la boca con la manga,
el que no para,
el enojado,
el que rompe todo, etc.
Voy a correrme del abordaje psicológico del niño, para registrar a esa
mamá.
Lo primero que suele sentir es enojo hacia los otros que no tienen
paciencia, no entienden y no saben. Y no, no tienen por qué saber lo que le
pasa internamente a ese chico y cómo encara su crianza esa madre. ¿Cuánto hace
y cuánto no puede, cuánto cree que hace bien pero genera un mal mayor?
La clave está en no rendirse, en no resignarse a que “ya hice todo lo
que pude, ya está, es así”.
El entorno necesita ver compromiso, entereza y ser guiado para poder
aportar su granito de arena en la educación de ese chico y la contención de la
familia.
Habrán escuchado: “y de esos padres ¿qué podes esperar???”…
Con esa frase el entorno manifestó que también se resignó. Ya no apuesta
más ni por los grandes ni por el pequeño.
Buscar ayuda profesional es la solución para el niño que precisa que lo
encuadren, para la madre que precisa que le digan cómo, y para el entorno que
quiere colaborar sin pasar por arriba de la voluntad y los tiempos de la
familia.
El diagnóstico no sólo le sirve a los médicos y profesionales de la
salud para encaminar los recursos, sino a la familia y sus seres cercanos porque
cuando se identifica el problema, se conoce cómo hay que intervenir, cuál es el
pronóstico, se manejan las expectativas y se encauza la ayuda en red; y así la
convivencia se hace más “fácil”, ya que cada uno sabe qué hacer y qué esperar.
Si no hay un diagnóstico formal, hay uno informal: “ hiperactivo,
caprichoso o el que más le duele a una madre, malcriado”.
Quedarse en la vergüenza es hacer más grande un problema.
Porque cuando lo que sobresale es lo lindo, es un orgullo. Pero cuando
lo notorio es un defecto, de nada
vale enojarnos, hay que hacer algo en consecuencia, no ensimismarse.
Como hay alguien que juzga, hay otro que comprende. Como hay alguien que
ignora, hay otro que se compromete.
La vergüenza carcome, pedir ayuda, libera.
Lic. Ivana Rugini