Una de estas noches me desperté ansiosa por plasmar en
un papel lo que en sueños había experimentado. Como suele pasar, uno recuerda
un fragmento muy pequeño o solo rescata una sensación de lo vivido en el sueño.
Para mí fue suficiente. Una bandada de cotorritas
sobrevolaba cerca mío yendo hacia su nido, haciendo el escándalo propio
de ellas.
Tuve que investigar cuál es la enseñanza que
representan y analizar para qué se me “acercan” en este momento de mi vida, aprovechando
la noche en donde apago el control de mi mente.
Veamos las características de estas preciosas
criaturas:
Son aves que pueden hablar, sin comprender lo que
dicen; pero sí, repetir palabras imitando la voz humana.
Esto me lleva a pensar cuántas veces hablamos sin pensar
o sin sentir; simplemente parafraseando a otros. Por lo tanto, esta especie de
ave propone analizar cómo utilizamos el lenguaje.
Hay quienes no hablan, no se muestran, no se juegan
dando su mensaje o su criterio; otros hablan a los gritos acallando al resto;
hay gente que habla y no dice nada; gente que habla pero no da un espacio para que
quien está enfrente cuente algo de sí. El polo negativo está claro; pero también se puede hablar
para organizar, activar, elogiar, amar, educar y aconsejar…
El lenguaje
es una herramienta muy poderosa, que puede unir o puede distanciar. De hecho,
una de las advertencias del loro es el mal uso de la palabra porque puede
llevar a las burlas, a la ironía que no es otra cosa que una forma sofisticada
de agredir.
Las cotorras,
los loros, los guacamayos, los agapornis y hasta las cacatúas (que son loros
con penachos) nos sugieren que pensemos seriamente ¿cómo usamos el lenguaje? ¿Qué
es lo que aprendimos a decir? ¿Qué frases repetimos sin pensar?
La cuestión
es que hasta en sueños las cotorritas me mostraban cuánto puede perturbar el
bullicio del ambiente, la tensión que genera escuchar a muchos. Por supuesto, que lo que estresa son las
voces de fondo, pero más molestan aquellas con las que uno cuenta, las que uno
considera importantes, las que se toman como palabra autorizada. Otro problema
que esto conlleva es que cuando se quiere prestar atención a varias opiniones,
la voz interior disminuye su volumen hasta quedar imperceptible; y se pierde
así la capacidad de tomar decisiones propias.
En la
imagen del sueño vi como el estruendo de los demás, desdibuja nuestra postura,
nuestro equilibrio y nuestra palabra. Incluso
a veces nos vemos tentados a formar parte del bochinche colectivo,
considerando erróneamente que seguir la corriente nos va a dar un poco de paz,
sin prever el daño que causa estafar nuestros principios.
Una
enseñanza más dentro de la sabiduría de las cotorras es el poder de la
imitación y aquí nos vemos obligados a preguntarnos a quién estamos tomando de ejemplo;
porque siempre, en lo bueno y en lo malo nos agarramos de algún modelo a
seguir.
Tanto como la maldad y el daño se contagian; el bien
también. Está en cada uno de nosotros elegir a quién seguir, con quién estar, a
quien darle cabida y a quien admirar.
Las cotorras viven en comunidad. Sus nidos son
comunales, los construyen con ramas en las alturas de grandes árboles que
soporten la estructura de un hogar con varios compartimentos.
Observar esta dinámica toca en lo más profundo de
nuestro seno vincular.
¿Cómo es la convivencia con vecinos y con otros miembros
de la familia? ¿Cuán cerca viven? ¿Con cuánta armonía llevamos la
cotidianeidad?
Por último, esta especie de ave, por su color
llamativo irradia vida y alegría; por sus sonidos estruendosos se hacen notar y
por moverse en bandadas nos piden a gritos que vivamos sin temor a la soledad,
ni al ridículo, ni a la marginación. El secreto es ser sociables, agradables y
alegres.
Del sueño
recordé poco; de la enseñanza que me dejó, no tengo palabras…
Lic. Ivana Rugini