jueves, 20 de diciembre de 2018

Convivir con la lluvia





Coronando un año ajetreado, nos fuimos de vacaciones a un lugar elegido, querido y soñado.
Y como no es la primera vez que ocurre, me debo a mí misma una reflexión. Aprendamos todos algo: si alguna situación es recurrente es porque la primera no fue tenida en cuenta y se repite con mayor intensidad para que le prestemos la debida atención.

La lluvia copiosa y constante en destinos  vacacionales me ha perseguido, y tengo que aceptar que me  ha encontrado. No solo uno o dos días que son lo que uno puede soportar sin chistar;  sino casi, por no decir todos, los días destinados a conocer, salir y a la conexión con el lugar.
Respirando hondo como para forzar la introspección, comprendí que las nubes grises que amedrentaban, obligaban a postergar indefinidamente los planes;  a interactuar menos con otros y más con uno mismo; a hacer menos kilómetros afuera y más recorrido por el interior de nuestro territorio.
Entendido. Mensaje recibido.
Convivir con la lluvia fue un desafío pero se pudo ir superando  negociando con ella como si se tratara de un integrante más de la familia ¿Qué hacer, cómo y cuándo?.
Los días grises nos llevan a detenernos en nuestro mundo emocional. El agua representa  nuestras emociones y es como si la lluvia  nos diera  permiso para vaciarnos de tanto contenido y poder llorar de una vez por todas para purificarnos en profundidad.
Así es como uno puede valorar lo positivo de las tormentas. Pueden parecer violentas y  atemorizan pero nutren el suelo para que brote la simiente.
Ya llovió, ya se lloró. Ahora a brotar.

                                                                                           Lic. Ivana Rugini