viernes, 17 de abril de 2020

Pandemia



Pandemia

Barbijos, guantes, lavandina, alcohol en gel, aislamiento físico, cuarentena y pandemia empezaron a ser palabras comunes desde que el coronavirus empezó a tomar terreno.
La vida es muy diferente a la que teníamos pensada hace un mes atrás. “Algo” invisible nos detiene; el miedo a lo que vendrá avanza mientras todos estamos en casa con el gatillo fácil del alcohol diluido.
Como todo en la vida, podemos mirar lo que sucede desde la incertidumbre paralizante o desde la gran oportunidad que nos da este “enemigo” como lo llaman, de hacer bien las cosas puertas adentro.
Nos dicen que parte de la solución es la higiene. ¡Qué curioso! Debemos quedarnos en casa y ser muy cuidadosos con lo que tocamos. Se nos pide ser conscientes de nuestros movimientos; antes todo era en automático: nos tocábamos los ojos, la nariz y la boca sin darnos cuenta de las veces que lo hacíamos… como tantas otras cosas. Trabajar, asear la casa, comer, hacer las compras y hasta cuidar a nuestros hijos era digitado por un ordenador externo. No estaba la consciencia allí.
Se nos pide cambiarnos de ropa al llegar a casa y lavar todo lo que estuvo en contacto con el exterior. ¿Se dan cuenta? Es a menor escala lo que las terapias complementarias como el Reiki siempre han implementado. Dejar el calzado afuera para no contaminar el hogar con los asuntos de la calle, lavarse las manos con frecuencia para barrer todas las impurezas visibles y las que no los son pero que afectan más que las otras.

 Se nos permite salir a hacer compras con criterio y sentido común para exponernos y exponer al resto lo menos posible. Se nos limita el consumo a lo estrictamente necesario… quiere decir, que lo superficial se había pasado de la raya.
Se nos insta a andar con tapabocas, no por beneficio propio sino para cuidar a los otros por si estamos infectados sin saberlo. Leyendo entre líneas, nos “obligan” a cuidar a los demás, y mirando con lupa, se trata de cuidar lo que decimos y lo que hacemos. Quiere decir que hemos herido mucho con nuestras palabras, ya sea por el tono ofensivo, imperativo, por lo grosero o ignorante. Con nuestros actos también, por hacer mal, por no comprometernos, por no considerar o por omitir las buenas acciones que hayan frenado tanto descalabro…

Cada uno de nosotros ocupa el espacio limpiando a fondo con alcohol y lavandina. Llevado a otro plano, este virus nos dio la tregua temporal de poder pasar tiempo en casa con los nuestros o simplemente con nosotros mismos. El alcohol etérico debería ser  para nuestras emociones y pensamientos que nos acompañaron hasta el día de hoy limitándonos, descarrilándonos, deshumanizándonos.
Limpiamos superficies y limpiamos nuestro interior en ello. Al seleccionar ropa, utensilios y muebles estamos tomando conciencia de lo que queremos que forme parte de nuestro tan importante HOY; porque a partir de esta pandemia en donde el futuro es incierto, cada vez estamos más centrados en lo que podemos, queremos y tenemos hoy.
Estamos haciendo una selección profunda que nunca tuvimos tiempo de hacer y vivíamos entre recuerdos y sucesos que hasta ni siquiera eran nuestros; pero acumulábamos igual. Es como que a la fuerza, obligadamente, nos dan el ultimátum de aprender lo del Aquí y Ahora.

Limpiamos y limpiamos hasta por las dudas. La cuestión clave es echarle lavandina pura a los miedos.
Al ser invisible lo que nos acecha cada uno le pone una cara distinta según el fantasma que lo persiga. ¿Qué o quiénes son tus fantasmas? Porque a eso te está enfrentando esta cuarentena.
Si es la soledad, duele hasta que  te hacés amiga de ella  o, mejor dicho, de vos mismo.
Si es la enfermedad lo que te preocupa, el punto es que sepas que cada síntoma viene a enseñarte algo.
Si es el dolor; duele hasta que te des cuenta de que le diste permiso para que se instale.
Mientras tengamos hilo en el carretel hay que seguir, con alegría aunque estemos encerrados; porque si la cuarentena continúa es claramente porque nos falta evolucionar y nos extienden los plazos para poder hacerlo.
 Quizás creíamos que  15 días eran suficientes para castigarnos y vernos detrás de los barrotes de nuestras propias ventanas, preguntándonos qué hicimos para llegar a esta situación.
La medida es absolutamente comprensible desde la salud de estado, y metafóricamente es muy significativa.
Estar encerrados a pesar de estar cómodamente en nuestro hogar y con nuestros seres queridos, nos lleva a reflexionar:
¿De qué hábitos, pensamientos y emociones debemos limpiarnos?
¿De qué castigo autoimpuesto podemos liberarnos en este encierro?
¿De qué manera podemos dejar de sentirnos enclaustrados y comprender que lo importante es la salud y la familia?

¿Es un castigo o una oportunidad?
Yo ya saqué mi conclusión, falta que cada uno saque la suya.

Lic. Ivana Rugini