lunes, 24 de septiembre de 2018

El mar




Buscando paz nos hicimos una escapadita  para que el mar nos calme, alivie y de paso; si no es mucho pedir; nos limpie de dolencias físicas y emocionales.
Pero el viajecito corto y efectivo no salió como había sido soñado…

El viento ahuyenta a las visitas cuando quiere la playa solo para él. Y al que se atreve a acercarse lo castiga con su artillería pesada de miles y millones de granos de arena a gran velocidad acertando en todo el cuerpo.

Los médanos altos  hacen que sea un esfuerzo llegar al remanso del agua, recordándonos que no tenemos acceso fácil a todo.

El mar, que por momentos se torna bravo, demuestra que puede  ser agresivo hasta en las pequeñas olas que rompen  cerca de la orilla.

La arena de la playa con caracolas partidas pinchando  las plantas de los pies hace del paseo una experiencia dolorosa. Lo que lleva a pensar que idealizamos mucho…hasta que vivenciamos la realidad.

La lluvia no se apiada  de todo lo que uno organiza para poder viajar hasta allá; no le interesa el cansancio con el que se llega (por el viaje, por la previa y por la rutina que avasalla); ni le importa lo que implica ese  esperado recreo, tanto para los chicos como para los grandes.

La cuestión es que tuve que darle varias vueltas a la situación para dejar de lamentarme haber ido…

No traje descanso, ni  bronceado, ni relajación por caminar cerca del mar. Traje aprendizaje; porque nuevamente me marcan que no controlamos el clima. En realidad, no controlamos nada.

No todos los viajes son maravillosos. Son lo que deben ser.


                                                                Lic. Ivana Rugini