viernes, 20 de septiembre de 2019

El trabajo en mi familia


  
Por trámites viajé a Zárate con tiempo como para recorrer sus calles como hacía mucho no hacía. La “casualidad” me llevó a pasar por Pellegrini 928, propiedad que en mi infancia funcionaba una Pensión y mis abuelos regenteaban. Allí viví viendo cómo se hacían las camas, se recibía amablemente a gente desconocida, se entablaban lazos profundos con quienes se alojaban.  Mis primeros 9 años transcurrieron entre lavados de sábanas y planchados por parvas. Hoy, a la distancia, puedo decir que el trabajo de mis abuelos me marcó para bien, porque me dio la posibilidad de llenar el casillero mental de cuál era la profesión/ ocupación de cada uno. Y hay más. Mi abuela era modista (corsetera y pantalonera) con pasión por las telas, a tal punto, que sentía como un pecado tirar retacitos. Todo servía, con cualquier cosa hacía  un repasador,  un delantal,  un vestido para mi comunión, o ropita para mi muñeca. Una habilidosa, sin ninguna duda pero con unas ganas de trabajar únicas.
Hoy su máquina de coser me fue legada. Demasiado grande para mí que evidentemente no nací con el don aunque le pongo garra.

Mi abuelo trabajaba en ENTEL y mi niñez se vio movida por sus horarios nocturnos de trabajo en la oficina y su cena tempranito en la que yo aprovechaba y me sentaba cerquita para ligar un pedacito de escalope a las 18 hs.
Mi nonno tuvo su lugar en el sistema, tuvo su puesto, su ingreso y hasta su fiesta de “egresado” cuando le llegó la jubilación. De su trabajo y posición recuerdo y agradezco haber tenido teléfono fijo pronto en una época en la que iban otorgando con demora el preciado aparato verde con disco y que para que no haya abusos en su uso alguien le ponía un candadito en el primer agujero de los números.

Mi mamá era maestra de la escuela 29. Verla con su guardapolvo blanco y la cartuchera que iba repleta y volvía con lo justo después de haber prestado algunos útiles me hizo sentir curiosidad por la docencia que luego se transformó en admiración por el trabajo social que implicaba enseñar. Si impartir conocimiento me parecía fascinante; ayudar, guiar a los padres, aconsejar y dar algo de comer lo sentí como sublime. Me impresionó desde siempre el respeto que tenía por sus alumnos y compañeras.
 Me enamoré de su trabajo, de las carpetas con planificaciones, el registro de asistencia y la planilla de notas para el boletín.

Papá tuvo su lugar como hidráulico en Siderca. Los turnos rotativos y el trabajo pesado lo dejaron afuera siendo muy joven; pero nunca dejó su profesión de albañil, orgulloso por construir su casa, esa que hoy espera sus manos porque solo le responde a él. Solo él la entiende y parece como si ella esperara sus órdenes para funcionar o colapsar.
Mi viejo y su vocación de hacer, de manejar herramientas, de arreglar todo, de armar y de comprar cosas en la ferretería con totalsatisfacción sigue grabado en mí. En casa siempre hubo pintura y barniz por las dudas. Si algo se rompía no se fijaba si tenía el utensilio que necesitaba; iba a comprar otro de lo mismo, “para tener”.

Cada uno llenó espacios de la casa y de mi niñez con lo suyo.
Cada uno me enseñó su oficio, y aunque no puedo decir que lo aprendí, sí puedo decir que me hicieron valorar el hecho de trabajar, de ganarme el pan, de dar lo mejor, de tener un lugar en el mundo y no solo adentro de casa.
Cada uno me mostró que tener otro círculo es sano para volver y hablar de cosas distintas cada día, para enriquecerme de otras historias y crecer más interiormente.
Cada uno me marcó con su personalidad, con su saber y su servicio.
Hoy puedo decirles a ellos que amo salir a trabajar y luché mucho para que mi trabajo no sea impuesto, desvalorizado o un esfuerzo.

¡¿Qué será de esos chicos que no ven salir a trabajar a sus padres, o que  cuando hay,  van de changa en changa sin sentido de pertenencia a un rubro, posición o empresa; sin sentido de equipo, sin ponerse la camiseta de “algo”, sin tener una responsabilidad por la cual levantarse cada día, sin poder llenar el casillero de profesión/ ocupación, sin sentirse útiles?!

Trabajar es necesario y es sano. Hacerlo con voluntad y amor, también.
Registremos qué ven nuestros hijos de nosotros, qué les contamos de nuestro quehacer, porque les estamos contagiando o no las ganas de crecer.

                                                                                        Lic. Ivana Rugini