Siempre me sentí atraída por conocer lugares y he pasado mucho tiempo
recolectando información de varios sitios. Lo que busco no es lo meramente
turístico, no lo que hay para conocer, sino aquel sitio, lugar o cosa que sea
respetada por los ancestros de esa región ya sea montaña, cruce de ríos, gruta,
cascada, escultura o animal autóctono.
Hasta que en Las Leñas, Mendoza, Argentina, camino a Valle Hermoso sin
haber averiguado nada, quedé fundida en el tiempo sin tiempo ante una dolina,
un círculo de agua que es más que un charco, en plena cordillera de suelo árido
y clima seco en donde se dice que los sacerdotes iban a recibir la información
que precisaban. Lugar de canalización y meditación.
Algo indescriptible a la vista hace que ese sea un lugar sagrado; orquídeas andinas, que son muy escasas
reafirman el rótulo. Por si fuera poco, llegamos a un sitio con pictogramas en
donde la unión transgeneracional e intercultural se dio para mí, en mí. Cumplo
con aquellos escribas dando a conocer la existencia de esas piedras marcadas a la intemperie.
Algo se modificó en mi interior, no sé qué ni cuánto pero sentí una sensibilidad especial por la tierra, no sé
si con el resto ocurrió lo mismo.
En algún momento creí que al pisar suelo sagrado “algo” pasaba en la
persona y que la transmutación se daba per se.
Ahora entiendo que no es así. Que por más que uno viaje a los lugares
más espirituales y se bañe en el mismísimo Ganges, la transformación interna no
te toca como efecto de una magia de la tierra, sino que la energía de la tierra
resuena con el movimiento interno para acelerar un proceso siempre y cuando ya
haya comenzado la movilización.
Es más, comprendí que cuando esa movilización ya comenzó, el
cuestionamiento personal ya se dio y las preguntas de todo tipo empiezan a caer:¿ Para qué vivo?
¿Qué necesito aprender para realizar mi propósito en esta vida?
¿Cuál es mi servicio?
¿Cuáles son mis talentos?
¿Cómo soy?
¿Qué actitud me define?
¿Cómo encaro las obligaciones?
¿A quién amo? ¿Cómo lo manifiesto?
¿Con qué creencias educo a mis
hijos? Etc.
La transmutación se despliega en cada uno sin necesidad de trasladarse
físicamente. Con el cruzarse de vereda y ver desde enfrente es suficiente.
Cruzarse de vereda es correrse de la visión de que la vida es una rueda en donde se repiten los sucesos, los
sufrimientos, en donde los traumas, los complejos, las fobias, los
resentimientos y la sensación de culpa atan, anclan y llevan a hacer y pensar
lo mismo día a día.
Si uno llega a ver eso, entonces la vereda de enfrente se convierte en
un lugar sagrado para nosotros porque
nos ayudó a despertar, a quitarnos el
velo, a abrirnos la concepción de la vida como un camino espiritual en donde
cada peldaño implica superación del estado evolutivo anterior.
Los invito a cruzar de vereda, el charco o el océano. El punto está en
lo permeables que estemos para que el cambio interno se de.
Ivana Rugini