Vacaciones. Playa. Mi hija de 10 años tuvo la ocurrencia de llevar hilos
encerados para hacer pulseras; que en un principio eran para uso interno pero
en algún otro momento pasaron a ser para “vender”.
Con esa segunda idea en mente, compró más y variados materiales,
aprovechaba las ferias de artesanos para chusmear modelos y precios.
Tardes enteras se dedicaba a hacer pulseras, llaveros y tobilleras hasta
que un día se animó a desplegar una lona y exhibir sus productos.
Estaba ordenando las últimas
pulseritas cuando una pareja de vendedores ambulantes se le acercó (directamente
a ella) para preguntarle:
-¡Amiga! ¿Las vendés? ¿Cuánto
salen?-
Bru tímidamente les mostró las pulseras simples, dobles, triples y los
diferentes colores que había; nerviosa y
eufórica a la vez, recibió la noticia de que se llevaban dos.
El saludo y broche final a la primera venta de su vida fue: -Te felicito
por ser emprendedora, seguí así-.
Eran dos jovencitos que en un día
de calor abrazador caminaban de punta a punta ofreciendo helados. “Ellos”
felicitaban a otra “vendedora”.
Hicieron ver como si fuera fácil elegir un producto y salir a ofrecerlo,
enfrentar miradas y caminar incansablemente en días de calor agobiante mientras
los demás descansan.
Ojalá mi hija aprenda y aprehenda de esa experiencia con sus diez años y
mucho por recorrer. De mi parte, esos chicos de apenas veinte, conmovieron a
esta de cuarenta y uno.
Su soltura, su garra, su empuje, su sacrificio y hasta su empatía me los
llevo de ejemplo para ver si emprendo y puedo acompañar a la que dio sus
primeros pasos.
Con este escrito no fomento el trabajo infantil, simplemente valoro la
iniciativa infantil; que si no es acompañada por adultos, empieza y termina
ahí.
Agradezco a los emprendedores que me enseñaron a apoyar a otros para
generar una rueda…una rueda no, mejor dicho, un círculo virtuoso.