lunes, 4 de junio de 2018

Cristo Redentor de los Andes



Mendoza fue el destino de unas vacaciones. Me intrigaba cómo era el límite entre Argentina y Chile, más allá del paso aduanero Las Cuevas; cómo se divide un mismo territorio en dos; por dónde pasa la línea que marca tan perfectamente el mapa pero que en la tierra física esa línea queda a la buena de Dios.
Así que hablando de Dios, me impactó la escultura de un Cristo Redentor en plena Cordillera de los Andes y la historia cuenta que  fue colocado allí  para hermanar a dos pueblos en conflicto.
Justamente, el límite entre uno y otro fue el motivo que comenzó a plantear una guerra.
Después de discusiones políticas se llegó a un acuerdo y el Cristo apacigua a argentinos y chilenos señalando el límite imaginario entre las dos naciones.
Si bien el trabajo diplomático indiscutiblemente se hizo, lo que se ve  hoy es este  bronce reciclado de antiguos cañones que ayuda a dar vuelta la página a pesar de existir aún trincheras del lado argentino y bombas del lado chileno.
Considero al Cristo de los Andes, es el símbolo  del “borrón y cuenta nueva”.
Creo que todos nosotros tenemos un punto, un aspecto que duele y cada uno queda estancado ahí. La vida sigue su curso, pero ese dolor no se sana por más que se intente, se hable, se blanquee,  se exponga. El tiempo pasa pero la herida queda. No podemos avanzar en todos los planos si estamos atrapados en una situación/relación/dolor.
En eso andaba pensando  cuando vi claro cómo y con cuánta desesperación esperamos la redención, que otro venga y nos exima; la cuestión es que aunque nos la den, la salvación tiene que ser interna.
Se dice que Jesús nos redimió; el problema es que nosotros no nos sentimos redimidos, por lo tanto seguimos actuando como antes: frustrados, expectantes, víctimas, adictos, dependientes, fracasados, mediocres, oportunistas, inmaduros, manipuladores, agresivos, celosos, soberbios…
Redimir es salvar, rescatar y liberar. Es renovarse, transformarse y evolucionar
Realmente, cuando estuve ante Él solo me dejé inundar por la imponencia del lugar, lo difícil que fue el ascenso hasta allí, con choferes especializados que no le temen a las cornisas y caminos angostos.
La reflexión profunda vino a medida que descendíamos sin mirar para abajo; de hecho, el guía, en los momentos álgidos se paraba en el medio de los pasajeros y comenzaba a explicar algo  para que centremos la atención en él y no en el peligro de la montaña.
Ver un Cristo Redentor en plena cordillera, invita a renovar  los votos con la salvación interna, con el borrón y cuenta nueva de las cuestiones personales.
El hombre demuestra su estado de evolución cuando la Comprensión y la Compasión abarcan más territorio. Ese es el terreno que hay que abonar.
                                              
                                                                                                                                                                                                                              Lic. Ivana Rugini