Mendoza fue el destino de unas vacaciones. Me intrigaba cómo era el límite
entre Argentina y Chile, más allá del paso aduanero Las Cuevas; cómo se divide
un mismo territorio en dos; por dónde pasa la línea que marca tan perfectamente
el mapa pero que en la tierra física esa línea queda a la buena de Dios.
Así que hablando de Dios, me impactó la escultura de un Cristo Redentor
en plena Cordillera de los Andes y la historia cuenta que fue colocado allí para hermanar a dos pueblos en conflicto.
Justamente, el límite entre uno y otro fue el motivo que comenzó a
plantear una guerra.
Después de discusiones políticas se llegó a un acuerdo y el Cristo
apacigua a argentinos y chilenos señalando el límite imaginario entre las dos
naciones.
Si bien el trabajo diplomático indiscutiblemente se hizo, lo que se ve hoy es este
bronce reciclado de antiguos cañones que ayuda a dar vuelta la página a
pesar de existir aún trincheras del lado argentino y bombas del lado chileno.
Considero al Cristo de los Andes, es el símbolo del “borrón y cuenta nueva”.
Creo que todos nosotros tenemos un punto, un aspecto que duele y cada
uno queda estancado ahí. La vida sigue su curso, pero ese dolor no se sana por
más que se intente, se hable, se blanquee, se exponga. El tiempo pasa pero la herida
queda. No podemos avanzar en todos los planos si estamos atrapados en una
situación/relación/dolor.
En eso andaba pensando cuando vi
claro cómo y con cuánta desesperación esperamos la redención, que otro venga y
nos exima; la cuestión es que aunque nos la den, la salvación tiene que ser
interna.
Se dice que Jesús nos redimió; el problema es que nosotros no nos
sentimos redimidos, por lo tanto seguimos actuando como antes: frustrados,
expectantes, víctimas, adictos, dependientes, fracasados, mediocres,
oportunistas, inmaduros, manipuladores, agresivos, celosos, soberbios…
Redimir es salvar, rescatar y liberar. Es renovarse, transformarse y
evolucionar
Realmente, cuando estuve ante Él solo me dejé inundar por la imponencia
del lugar, lo difícil que fue el ascenso hasta allí, con choferes
especializados que no le temen a las cornisas y caminos angostos.
La reflexión profunda vino a medida que descendíamos sin mirar para
abajo; de hecho, el guía, en los momentos álgidos se paraba en el medio de los
pasajeros y comenzaba a explicar algo
para que centremos la atención en él y no en el peligro de la montaña.
Ver un Cristo Redentor en plena cordillera, invita a renovar los votos con la salvación interna, con el borrón y cuenta nueva de las cuestiones
personales.
El hombre demuestra su estado de evolución cuando la Comprensión y la Compasión
abarcan más territorio. Ese es el terreno que hay que abonar.
Lic.
Ivana Rugini