Dentro nuestro sigue estando el niño que fuimos. Si la imagen y el
recuerdo que tenemos de nuestra infancia es la del abandono, es ese
malestar el que vamos a destilar a pesar
de los años acumulados.
Si nuestros primeros años estuvieron rodeados de maltratos y carencias,
el miedo a sufrir lo mismo puede
instalarse.
Si nuestra primera infancia fue maravillosa entre cuidados, mimos y
protección extrema quizás le temamos al futuro y a no autovalernos.
Observándonos como adultos podemos darnos cuenta si nuestro niño interno
está apagado, dormido o herido. Cuando no hay ilusiones, cuando nos falta
alegría, cuando nada nos divierte ni entusiasma y creemos ser maduros porque
tenemos un semblante hosco; algo anda mal.
Cuando la seriedad es parte de nuestra vestimenta y la estructura es el
accesorio del traje de la amargura, cuando no hay fluidez en el contacto con los
pequeños de nuestro entorno y no hay ni
un ápice de lugar para el juego en ninguna faceta de la vida; el niño interior
está herido y es necesario percibirlo y escucharlo para tratar esa parte vulnerable y lastimada.
Un niño interior sano lo manifiesta quien puede convertirse en un adulto
que disfruta de lo simple, de las pequeñas cosas, quien puede aplicar el juego
y el humor a las obligaciones y responsabilidades cotidianas.
Mi niña interna está cada vez más suelta. Aprovechó el festejo del día
del niño que organizó el sindicato de donde trabajo para hacer de las suyas. Con
Mateo pasamos un momento hermoso, pleno y alegre. Espero que para él haya sido un día
inolvidable. Para mi niña interna, sin dudas que lo fue.
Lic. Ivana Rugini