viernes, 17 de enero de 2020

¿Club o no club?





¡Cómo se nota que estoy en la mediana edad! Recuerdos que antes por más que hiciera fuerza no venían, ahora brotan a borbotones en mi mente.
Antes, quizás, de algunas cosas solo venían flashes o sensaciones efímeras de haber visto, estado, hecho y vivido; pero últimamente aparecen con más nitidez, lo cual implica más consciencia.
Recordar pone sobre la mesa el pasado y lo que se vivó en automático ahora se ve en pantalla completa.
Con mis años puedo registrar y valorar cómo en casa me empujaban a que estudiara, a que eligiera  cursos extras que amplíen mi formación, a que enfoque en un deporte,  a que abra las puertas de casa a los chicos de la escuela y también del club.
Haciendo limpieza de cajones me topé con el carnet de mamá y las historias se empezaron a disparar en mi cabeza:
·        los timbrazos del cobrador que cada mes se presentaba en casa para canjear dinero por “taloncitos” que habilitaban el ingreso al venerado club. También me acordé del “¡Decile que pase la semana que viene!!!!!” y con toda vergüenza de mi parte y con bronca de la suya  hacíamos muecas de que estaba todo bien.
·        Las canastas armadas para los domingos por la tarde poder tirar la mantita a la sombra viendo el movimiento incesante del río.
·        Rogar que las piernas den, no tanto para bajar la barranca que llevaba al club, sino para subirla… hacerlo en bicicleta era complicadísimo y el último tramo prefería bajarme y seguir trepando a pie.
·        Verano y club era la asociación de un aroma irrefutable: a sapolán.
·        La cancha de básquet techada era un paraíso para los horarios de calor extremo y sentarse en las gradas a pasar las horas era aburridamente divino.
·        El apuro por conseguir lugar en un quincho techado y la atención constante puesta en advertir cuándo y dónde iban a caer  las gatas quemadoras que parecían llover de los árboles hoy me causa una añoranza tan grande…

El tiempo pasó y no me siento mal por eso. Todo lo contrario. Admiro la previsión de mis viejos de invertir en un club para mí,  aún con vaivenes económicos.
El clima en casa no era el mejor, pero a mí me cuidaba el club. Poder contar con un espacio donde se prioriza el esparcimiento y el deporte es ideal para una joven. Así crecí valorando la naturaleza y aunque hoy no soy el mejor ejemplo de un cuerpo entrenado, también amé la actividad física.
Escribo para quienes son padres de niños y jóvenes.
Ante la pregunta  de ¿club o no club? Club. Definitivamente no es un gasto, es una inversión para la salud física, psíquica y social.
Claramente hay un escollo monetario, sí,  pero también hay ingenio para utilizar los espacios públicos y los rincones en que la naturaleza nos permite improvisar arcos de fútbol con lo que sea.
En cuanto al río, hay que buscarlo. Hoy, que ya no vivo en Zárate ni voy al  club, sigo acercándome desde distintos puntos para que continúe aportándome la templanza que tanto me ayudó en la juventud donde la vulnerabilidad era la constante.
Club, el que sea, como sea, donde sea y cuando se pueda. En cualquiera de todas sus versiones, lo importante es que grandes, pero sobretodo chicos, tengan acceso a actividades recreativas, deportivas y culturales.

                                                                 Lic. Ivana Rugini