¡Cómo se nota que estoy en la mediana edad! Recuerdos que antes por más
que hiciera fuerza no venían, ahora brotan a borbotones en mi mente.
Antes, quizás, de algunas cosas solo venían flashes o sensaciones efímeras
de haber visto, estado, hecho y vivido; pero últimamente aparecen con más
nitidez, lo cual implica más consciencia.
Recordar pone sobre la mesa el pasado y lo que se vivó en automático
ahora se ve en pantalla completa.
Con mis años puedo registrar y valorar cómo en casa me empujaban a que
estudiara, a que eligiera cursos extras
que amplíen mi formación, a que enfoque en un deporte, a que abra las puertas de casa a los chicos de
la escuela y también del club.
Haciendo limpieza de cajones me topé con el carnet de mamá y las historias
se empezaron a disparar en mi cabeza:
·
los timbrazos del cobrador que cada mes se presentaba
en casa para canjear dinero por “taloncitos” que habilitaban el ingreso al
venerado club. También me acordé del “¡Decile que pase la semana que viene!!!!!”
y con toda vergüenza de mi parte y con bronca de la suya hacíamos muecas de que estaba todo bien.
·
Las canastas armadas para los domingos por la tarde poder
tirar la mantita a la sombra viendo el movimiento incesante del río.
·
Rogar que las piernas den, no tanto para bajar la
barranca que llevaba al club, sino para subirla… hacerlo en bicicleta era
complicadísimo y el último tramo prefería bajarme y seguir trepando a pie.
·
Verano y club era la asociación de un aroma
irrefutable: a sapolán.
·
La cancha de básquet techada era un paraíso para los
horarios de calor extremo y sentarse en las gradas a pasar las horas era
aburridamente divino.
·
El apuro por conseguir lugar en un quincho techado y
la atención constante puesta en advertir cuándo y dónde iban a caer las gatas quemadoras que parecían llover de
los árboles hoy me causa una añoranza tan grande…
El tiempo pasó y no me siento mal por eso. Todo lo contrario. Admiro la
previsión de mis viejos de invertir en un club para mí, aún con vaivenes económicos.
El clima en casa no era el mejor, pero a mí me cuidaba el club. Poder
contar con un espacio donde se prioriza el esparcimiento y el deporte es ideal
para una joven. Así crecí valorando la naturaleza y aunque hoy no soy el mejor
ejemplo de un cuerpo entrenado, también amé la actividad física.
Escribo para quienes son padres de niños y jóvenes.
Ante la pregunta de ¿club o no
club? Club. Definitivamente no es un gasto, es una inversión para la salud
física, psíquica y social.
Claramente hay un escollo monetario, sí, pero también hay ingenio para utilizar los
espacios públicos y los rincones en que la naturaleza nos permite improvisar
arcos de fútbol con lo que sea.
En cuanto al río, hay que buscarlo. Hoy, que ya no vivo en Zárate ni voy
al club, sigo acercándome desde distintos
puntos para que continúe aportándome la templanza que tanto me ayudó en la
juventud donde la vulnerabilidad era la constante.
Club, el que sea, como sea, donde sea y cuando se pueda. En cualquiera
de todas sus versiones, lo importante es que grandes, pero sobretodo chicos,
tengan acceso a actividades recreativas, deportivas y culturales.
Lic. Ivana Rugini