viernes, 6 de octubre de 2017

Un perro en casa


Motivada por mi experiencia con Luna, y de allegados que recientemente pasaron por lo mismo, les cuento las “lecciones” que tomo a diario con mi mascota.
Al imaginar cómo podría cambiar la vida con un perro en casa, uno no llega a ver en todo su esplendor el amor, la madurez y la templanza que implica asumir el compromiso de incluir otra vida al hogar.
Amor: que no solo se refleja en mimos mutuos; también es amor dejarse transformar por esa criaturita que “nos llega”.
Madurez: porque se supone que una vez adentro de casa, ya no habrá reproches ni hacia uno mismo, ni a otros integrantes de la familia, ni al mismísimo animal. La madurez se pone en juego antes de hacerlo entrar, para no jugar con los sentimientos de nadie y una vez decidido, se asume la responsabilidad lo mejor que se puede.
Templanza: para dejar que la paciencia se instale en nosotros y no reaccionar  ante el primer olor feo, ladrido molesto, pisos sucios y cosas rotas.
Si bien gato y perro son los animales que se consideran mascotas porque son los que  han sido domesticados por el hombre, me abocaré en este escrito al perro porque Luna es una perra que rescatamos de un galpón.
Es de esperar que no haya consenso absoluto para que la familia se agrande y sea un adulto el que se sensibilice más con la idea, pero eso no quiere decir que quien impulsó la propuesta sea el total responsable del animal. Me llevó un tiempo considerable dejar de excusarme en que “accedí a regañadientes” para trasladar las responsabilidades y no hacer mi parte.
Tomé verdadera dimensión del lugar que quería ocupar junto a  Lunita cuando enfermó gravemente con una aparente pancreatitis y necesitó cuidados como de terapia intensiva en la propia casa. Y ahí estuve.  Nuestra conexión comenzó con su enfermedad y también empezó mi transformación.
A partir de allí otra es la historia, porque pude ponerle consciencia a un hecho que hasta ese momento, me apabullaba.
Comencé a vivenciar lo obvio, pero tuve que tener la intención de abrirme  para poder sentir la alegría, la ternura y la compañía que ofrece un perro.
Uno  de los muchos “beneficios” de adoptar un perro es que nos modifica internamente. Inmediatamente, con su llegada,  nos ayuda a reconocer si somos autoridad, si queremos serlo, si podemos serlo, si delegamos en otro esa posición o si aceptamos que el perro “decida” por nosotros, pasando a ser el propio animal, el alfa, el líder de la manada.
 Así que con los primeros movimientos del perro en casa ya se mide la autoridad de sus cuidadores, y  por ende, su autoestima.
¿Cuánto me respeto, qué lugar ocupo como persona y en la dinámica familiar, qué reglas necesito cumplir y hacer cumplir para que la casa continúe en pie?
Se precisa mucha reflexión  de estos temas  porque si no, viene la victimización que se manifiesta en frases como: “esto es mucho para mí “, “me tiene cansada/o”  y las dije…

Me tuve que replantear  cómo marcar  el límite, cuál es mi tendencia: ¿el grito, el golpe, la queja constante que no limita?

Con la crianza de Luna me di cuenta  del miedo que le tenía a mi propia autoridad. Consideraba que cada uno sabe y puede regularse solo y  yo no era quien para marcarle al otro lo que debía hacer. No había contemplado que se trataba de una criaturita a la que había que enseñarle, mostrarle lo que sí y lo que no, según mi criterio. Así que me encontré preguntándome qué me molestaba, qué necesitaba, quién ayudaba y qué me gustaba de la vida con la perra.
En esa reflexión me percaté del temor que me generaba cuando Luna gruñía  pero gracias a eso pude aprender a mostrar más los dientes yo, y así  ubicarla.
La veterinaria Claudia Cesare tuvo mucho que ver en mi evolución. Ella percibió que yo no disfrutaba de tener a Luna por todos los preconceptos que tenía y por estar sobrepasada por el trajín cotidiano.
El prejuicio que tenía con respecto al bozal,  pensándolo como una máscara que le coartaba la libertad. La veterinaria me explicó y pude estar permeable a su  mensaje. El bozal  es una herramienta para que el animal tenga mejor calidad de vida con más salidas cuidadas;  cuidando a la perra y cuidando a los demás.
Siguió diciendo que los perros vienen a transgredir las pautas  y que el trabajo nuestro es enmarcarlos continuamente.
Esa conversación con Claudia me despertó con respecto a  cómo estaba sufriendo por conectarme desde lo negativo como cuidadora-ama- madre de Luna, sin dedicarle tiempo a un paseo tranquilo con ella, a un mimo sin estar atenta a una mordida. En resumen, la perra me dominaba, percibía mi inseguridad y ella tomaba el mando.
Es un encuadre constante el que hay que hacer con la mascota, lo cual, desarrolla en nosotros la persistencia, perseverancia y PACIENCIA.
Luna hace tiempo que salió del cuadro grave. Agradezco y amo su presencia en casa.
Tengo mis días en los que me quejo, pero son más los momentos en los que me derrito de amor por ella agradeciéndole que me enseña que
 lo roto invita al desapego,
el ruido a la tolerancia
y su mirada tan tierna, a fundirme en un amor indescriptible.




                                                                                      Lic. Ivana Rugini