Motivada por mi experiencia con Luna, y de allegados que recientemente
pasaron por lo mismo, les cuento las “lecciones” que tomo a diario con mi
mascota.
Al imaginar cómo podría cambiar la vida con un perro en casa, uno no
llega a ver en todo su esplendor el amor, la madurez y la templanza que implica
asumir el compromiso de incluir otra vida al hogar.
Amor: que no solo se refleja en mimos mutuos; también es amor dejarse
transformar por esa criaturita que “nos llega”.
Madurez: porque se supone que una vez adentro de casa, ya no habrá
reproches ni hacia uno mismo, ni a otros integrantes de la familia, ni al
mismísimo animal. La madurez se pone en juego antes de hacerlo entrar, para no
jugar con los sentimientos de nadie y una vez decidido, se asume la
responsabilidad lo mejor que se puede.
Templanza: para dejar que la paciencia se instale en nosotros y no
reaccionar ante el primer olor feo,
ladrido molesto, pisos sucios y cosas rotas.
Si bien gato y perro son los animales que se consideran mascotas porque
son los que han sido domesticados por el
hombre, me abocaré en este escrito al perro porque Luna es una perra que
rescatamos de un galpón.
Es de esperar que no haya consenso absoluto para que la familia se
agrande y sea un adulto el que se sensibilice más con la idea, pero eso no
quiere decir que quien impulsó la propuesta sea el total responsable del
animal. Me llevó un tiempo considerable dejar de excusarme en que “accedí a
regañadientes” para trasladar las responsabilidades y no hacer mi parte.
Tomé verdadera dimensión del lugar que quería ocupar junto a Lunita cuando enfermó gravemente con una
aparente pancreatitis y necesitó cuidados como de terapia intensiva en la
propia casa. Y ahí estuve. Nuestra
conexión comenzó con su enfermedad y también empezó mi transformación.
A partir de allí otra es la historia, porque pude ponerle consciencia a
un hecho que hasta ese momento, me apabullaba.
Comencé a vivenciar lo obvio, pero tuve que tener la intención de
abrirme para poder sentir la alegría, la
ternura y la compañía que ofrece un perro.
Uno de los muchos “beneficios” de
adoptar un perro es que nos modifica internamente. Inmediatamente, con su
llegada, nos ayuda a reconocer si somos
autoridad, si queremos serlo, si podemos serlo, si delegamos en otro esa
posición o si aceptamos que el perro “decida” por nosotros, pasando a ser el
propio animal, el alfa, el líder de la manada.
Así que con los primeros
movimientos del perro en casa ya se mide la autoridad de sus cuidadores, y por ende, su autoestima.
¿Cuánto me respeto, qué lugar ocupo como persona y en la dinámica
familiar, qué reglas necesito cumplir y hacer cumplir para que la casa continúe
en pie?
Se precisa mucha reflexión de
estos temas porque si no, viene la
victimización que se manifiesta en frases como: “esto es mucho para mí “, “me
tiene cansada/o” y las dije…
Me tuve que replantear cómo marcar el límite, cuál es mi tendencia: ¿el grito, el
golpe, la queja constante que no limita?
Con la crianza de Luna me di cuenta del miedo que le tenía a mi propia autoridad.
Consideraba que cada uno sabe y puede regularse solo y yo no era quien para marcarle al otro lo que
debía hacer. No había contemplado que se trataba de una criaturita a la que
había que enseñarle, mostrarle lo que sí y lo que no, según mi criterio. Así
que me encontré preguntándome qué me molestaba, qué necesitaba, quién ayudaba y
qué me gustaba de la vida con la perra.
En esa reflexión me percaté del temor que me generaba cuando Luna
gruñía pero gracias a eso pude aprender
a mostrar más los dientes yo, y así
ubicarla.
La veterinaria Claudia Cesare tuvo mucho que ver en mi evolución. Ella
percibió que yo no disfrutaba de
tener a Luna por todos los preconceptos que tenía y por estar sobrepasada por
el trajín cotidiano.
El prejuicio que tenía con respecto al bozal, pensándolo como una máscara que le coartaba la
libertad. La veterinaria me explicó y pude estar permeable a su mensaje. El bozal es una herramienta para que el animal tenga
mejor calidad de vida con más salidas cuidadas;
cuidando a la perra y cuidando a los demás.
Siguió diciendo que los perros vienen a transgredir las pautas y que el trabajo nuestro es enmarcarlos
continuamente.
Esa conversación con Claudia me despertó con respecto a cómo estaba sufriendo por conectarme desde lo
negativo como cuidadora-ama- madre de Luna, sin dedicarle tiempo a un paseo
tranquilo con ella, a un mimo sin estar atenta a una mordida. En resumen, la
perra me dominaba, percibía mi inseguridad y ella tomaba el mando.
Es un encuadre constante el que hay que hacer con la mascota, lo cual,
desarrolla en nosotros la persistencia, perseverancia y PACIENCIA.
Luna hace tiempo que salió del cuadro grave. Agradezco y amo su
presencia en casa.
Tengo mis días en los que me quejo, pero son más los momentos en los que
me derrito de amor por ella agradeciéndole que me enseña que
lo roto invita al desapego,
el ruido a la tolerancia
y su mirada tan tierna, a fundirme en un amor indescriptible.
Lic. Ivana Rugini