lunes, 27 de agosto de 2018

Viento y sal








Desde el paradigma chamánico, la naturaleza está regida por cuatro elementos:

Aire

Tierra

Fuego

Agua.

Cada elemento representa un aspecto de la vida. Cada lugar que pisamos o admiramos activa lo que representa.

El aire agrupa a los pensamientos, las ideas, las creencias, los mandatos, las sugestiones, la idolatría, el fanatismo, la costumbre (y su rigidez). Toda la actividad mental estaría incluida en este elemento que mueve a la naturaleza en su totalidad y nosotros no quedamos afuera de ella.

Esa fue la energía que me recibió un verano en Los Molles, Mendoza (Argentina): el “aire” con más intensidad, el Viento me mostró que puede no respetar mis vacaciones ni mi descanso, porque puede tener el tupé de darme la bienvenida enseñándome que debo estar atenta en todo momento. Un elemento exacerbado no da segundas oportunidades y desde el primer momento allí, el viento me obligó a tomar la precaución de no soltar la puerta del auto al bajar.

A tal nivel el viento era el protagonista, que pedían disculpas por no limpiar los vidrios de la parte de afuera: “el viento no nos deja”…

¿Cuántas cosas no nos deja hacer el viento? El viento literal y el viento en nuestra mente que nos embarulla en un remolino de ideas, de posibilidades, de exigencias o de proyectos. Rumiamos continuamente algo sin llevarlo a cabo; porque el viento es mente y si queda arriba, poco llega a verse concretado.

Ese viento me mostró la actividad intensa que hay en la mente y que no es visible: Lucha, especulación, exigencia, etc.

¿A qué clase de pensamientos se le da lugar? ¿A cuántos pensamientos le damos cabida?

No todos generan problema, claro. Los armoniosos no se arremolinan en la cabeza.

El remolino lo provoca lo que está en pugna, el pasado que no se calma y vuelve recordando hechos lastimosos, la comparación que casualmente siempre nos hace sentir parias ante la vida…

¿Con qué ideas pisé el suelo de Los Molles y con cuáles me fui? Con muchos pero distintos, indudablemente.

Hay una frase coloquial que venía a mi mente: “me dio vuelta la cabeza”. No solo la belleza del lugar tuvo ese efecto. Cualquiera lo haría por las malas también. El viento tiene sus métodos para lograrlo.

No me dejó en su lugar ni una idea. Lo agradezco. Fue un torbellino necesario aunque no supiera que lo estaba precisando tanto.



Otra sorpresa estaba ahí para mí. En realidad, para todo aquel que se maraville con el cambio de suelo, que se tornó blanco como la nieve alrededor de los piletones de lo que alguna vez fue el hotel de agua termal.

¡¡¡Salinas!!!!

Un charco de sal en medio de la tierra.

¿Qué significa la sal?? Todos escuchamos alguna vez la frase “la sal de la vida” representando ese aprendizaje por el que hay que transitar, el karma, o ese gustito necesario para que la vida no sea sosa.

Le digan como le digan, me lancé como si fuera agua y recostada en la sal dejé que lo “pendiente, lo aprendido a medias y lo que arrastro de mis ancestros” me diera una tregua.

Aprender sí, morir en el intento, no.

Los invito a rever cuánto exceso de sal hay en nuestras vidas. Ya sea por nosotros mismos o por los otros. Puertas abiertas que duelen, asignaturas pendientes que pesan, enfermedades que no sanamos ni entendemos, conflictos familiares que no cesan, problemas económicos que no se superan.

Planteemos una tregua con el karma, amiguémonos con él para que venga de a poco y podamos poner paz en algunos casos, perdón en otras situaciones y ocuparnos de aquello a lo que hasta ahora le habíamos dado la espalda.

La sal es parte de la vida, pero en la dosis en que nuestra materia la tolere.



Lic. Ivana Rugini

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