Buscando paz nos hicimos una escapadita
para que el mar nos calme, alivie y de paso; si no es mucho pedir; nos
limpie de dolencias físicas y emocionales.
Pero el viajecito corto y efectivo no salió como había sido soñado…
El viento ahuyenta a las visitas cuando quiere la playa solo para él. Y
al que se atreve a acercarse lo castiga con su artillería pesada de miles y
millones de granos de arena a gran velocidad acertando en todo el cuerpo.
Los médanos altos hacen que sea
un esfuerzo llegar al remanso del agua, recordándonos que no tenemos acceso
fácil a todo.
El mar, que por momentos se torna bravo, demuestra que puede ser agresivo hasta en las pequeñas olas que
rompen cerca de la orilla.
La arena de la playa con caracolas partidas pinchando las plantas de los pies hace del paseo una
experiencia dolorosa. Lo que lleva a pensar que idealizamos mucho…hasta que
vivenciamos la realidad.
La lluvia no se apiada de todo lo
que uno organiza para poder viajar hasta allá; no le interesa el cansancio con
el que se llega (por el viaje, por la previa y por la rutina que avasalla); ni
le importa lo que implica ese esperado recreo,
tanto para los chicos como para los grandes.
La cuestión es que tuve que darle varias vueltas a la situación para
dejar de lamentarme haber ido…
No traje descanso, ni bronceado,
ni relajación por caminar cerca del mar. Traje aprendizaje; porque nuevamente
me marcan que no controlamos el clima. En realidad, no controlamos nada.
No todos los viajes son maravillosos. Son lo que deben ser.
Lic. Ivana Rugini
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