Por trámites viajé a Zárate con tiempo como para recorrer sus calles
como hacía mucho no hacía. La “casualidad” me llevó a pasar por Pellegrini 928,
propiedad que en mi infancia funcionaba una Pensión y mis abuelos regenteaban.
Allí viví viendo cómo se hacían las camas, se recibía amablemente a gente
desconocida, se entablaban lazos profundos con quienes se alojaban. Mis primeros 9 años transcurrieron entre
lavados de sábanas y planchados por parvas. Hoy, a la distancia, puedo decir
que el trabajo de mis abuelos me marcó para bien, porque me dio la posibilidad
de llenar el casillero mental de cuál era la profesión/ ocupación de cada uno.
Y hay más. Mi abuela era modista (corsetera y pantalonera) con pasión por las
telas, a tal punto, que sentía como un pecado tirar retacitos. Todo servía, con
cualquier cosa hacía un repasador, un delantal, un vestido para mi comunión, o ropita para mi
muñeca. Una habilidosa, sin ninguna duda pero con unas ganas de trabajar
únicas.
Hoy su máquina de coser me fue legada. Demasiado grande para mí que
evidentemente no nací con el don aunque le pongo garra.
Mi abuelo trabajaba en ENTEL y mi niñez se vio movida por sus horarios
nocturnos de trabajo en la oficina y su cena tempranito en la que yo aprovechaba
y me sentaba cerquita para ligar un pedacito de escalope a las 18 hs.
Mi nonno tuvo su lugar en el sistema, tuvo su puesto, su ingreso y hasta
su fiesta de “egresado” cuando le llegó la jubilación. De su trabajo y posición
recuerdo y agradezco haber tenido teléfono fijo pronto en una época en la que
iban otorgando con demora el preciado aparato verde con disco y que para que no
haya abusos en su uso alguien le ponía un candadito en el primer agujero de los
números.
Mi mamá era maestra de la escuela 29. Verla con su guardapolvo blanco y
la cartuchera que iba repleta y volvía con lo justo después de haber prestado
algunos útiles me hizo sentir curiosidad por la docencia que luego se
transformó en admiración por el trabajo social que implicaba enseñar. Si
impartir conocimiento me parecía fascinante; ayudar, guiar a los padres,
aconsejar y dar algo de comer lo sentí como sublime. Me impresionó desde
siempre el respeto que tenía por sus alumnos y compañeras.
Me enamoré de su trabajo, de las
carpetas con planificaciones, el registro de asistencia y la planilla de notas
para el boletín.
Papá tuvo su lugar como hidráulico en Siderca. Los turnos rotativos y el
trabajo pesado lo dejaron afuera siendo muy joven; pero nunca dejó su profesión
de albañil, orgulloso por construir su casa, esa que hoy espera sus manos
porque solo le responde a él. Solo él la entiende y parece como si ella
esperara sus órdenes para funcionar o colapsar.
Mi viejo y su vocación de hacer, de manejar herramientas, de arreglar todo,
de armar y de comprar cosas en la ferretería con totalsatisfacción sigue
grabado en mí. En casa siempre hubo pintura y barniz por las dudas. Si algo se
rompía no se fijaba si tenía el utensilio que necesitaba; iba a comprar otro de
lo mismo, “para tener”.
Cada uno llenó espacios de la casa y de mi niñez con lo suyo.
Cada uno me enseñó su oficio, y aunque no puedo decir que lo aprendí, sí
puedo decir que me hicieron valorar el hecho de trabajar, de ganarme
el pan, de dar lo mejor, de tener un lugar en el mundo y no solo
adentro de casa.
Cada uno me mostró que tener otro círculo es sano para volver y hablar
de cosas distintas cada día, para enriquecerme de otras historias y crecer más
interiormente.
Cada uno me marcó con su personalidad, con su saber y su servicio.
Hoy puedo decirles a ellos que amo salir a trabajar y luché mucho para
que mi trabajo no sea impuesto, desvalorizado o un esfuerzo.
¡¿Qué será de esos chicos que no ven salir a trabajar a sus padres, o
que cuando hay, van de changa en changa sin sentido de
pertenencia a un rubro, posición o empresa; sin sentido de equipo, sin ponerse
la camiseta de “algo”, sin tener una responsabilidad por la cual levantarse
cada día, sin poder llenar el casillero de profesión/ ocupación, sin sentirse
útiles?!
Trabajar es necesario y es sano. Hacerlo con voluntad y amor, también.
Registremos qué ven nuestros hijos de nosotros, qué les contamos de
nuestro quehacer, porque les estamos contagiando o no las ganas de crecer.
Lic. Ivana Rugini
No hay comentarios:
Publicar un comentario