La imaginación tenía que hacer doble esfuerzo porque hasta la tetera y
las tacitas eran una ilusión.
Yo jugaba sin problema alguno, pero con un ojo primero y con los dos
después, empecé a mirar con ganas una vitrina en donde mamá guardaba la
porcelana; que por supuesto, jamás se usaba.
En el armario con puertas de vidrio estaban exhibidos los
juegos de café. Uno más lindo que otro. Uno más delicado que otro. Uno
más imposible que otro.
Los tenía absolutamente negados.
Así que con eso no jugué. Lo triste es que eso no lo usó nadie.
Entiendo que era una época en la que se solía tener una vajilla para lo
cotidiano y otra para festejos importantes; pero esa cafeterita y sus hijos no
eran tenidos en cuenta ni para cumpleaños, bautismos, navidades ni nada.
Hoy, que muchos años han pasado desde aquel deseo, viene a mis manos el
juego completo de café con azucarera y todo.
Por esas cosas de la vida, la dueña me donó el tesoro más preciado de mi
infancia demostrándome que todo llega, no cuando lo quise, no cuando lo
necesitaba, no cuando lo esperaba, sino cuando dejé de pensar en eso.
Hay una premisa en energía que es que cuando se tiene un deseo, hay que
activarlo, demostrar qué es lo que se sueña, pero soltarlo. Los tiempos de los
otros no son los nuestros. Los ritmos y deseos de los otros no son los mismos;
pero siempre, en algún momento alguien suelta para que otro tome.
Al fin me llegó el momento de usar
el juego de café.
Me regocija el encuentro con otros
y mucho más me llena el pecho cuando puedo convidar un pocillito tan
especial con un café de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario