lunes, 27 de mayo de 2019

Todo llega

Recuerdo que en mi infancia no había muchos chiches y que después de la siesta obligada la imaginación soltaba sus riendas inventando que las almohadas puestas en ronda eran las invitadas a tomar el té.
La imaginación tenía que hacer doble esfuerzo porque hasta la tetera y las tacitas eran una ilusión.
Yo jugaba sin problema alguno, pero con un ojo primero y con los dos después, empecé a mirar con ganas una vitrina en donde mamá guardaba la porcelana; que por supuesto, jamás se usaba.
En el armario con puertas de vidrio estaban exhibidos los juegos de café. Uno más lindo que otro. Uno más delicado que otro. Uno más imposible que otro.
Los tenía absolutamente negados.
Así que con eso no jugué. Lo triste es que eso no lo usó nadie.
Entiendo que era una época en la que se solía tener una vajilla para lo cotidiano y otra para festejos importantes; pero esa cafeterita y sus hijos no eran tenidos en cuenta ni para cumpleaños, bautismos, navidades ni nada.

Hoy, que muchos años han pasado desde aquel deseo, viene a mis manos el juego completo de café con azucarera y todo.
Por esas cosas de la vida, la dueña me donó el tesoro más preciado de mi infancia demostrándome que todo llega, no cuando lo quise, no cuando lo necesitaba, no cuando lo esperaba, sino cuando dejé de pensar en eso.

Hay una premisa en energía que es que cuando se tiene un deseo, hay que activarlo, demostrar qué es lo que se sueña, pero soltarlo. Los tiempos de los otros no son los nuestros. Los ritmos y deseos de los otros no son los mismos; pero siempre, en algún momento alguien suelta para que otro tome.
Al fin me llegó el momento de usar el juego de café.
Me regocija el encuentro con otros  y mucho más me llena el pecho cuando puedo convidar un pocillito tan especial con un café de verdad.


  
                                                                              Lic. Ivana Rugini

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