Entre Ríos es una provincia que me cautiva más a medida que la voy
descubriendo. Yendo hacia Chajarí, pasando de localidad en localidad, los
puestos de la ruta ofrecen naranjas de
ombligo en bolsas de red mostrando claramente cuál es la riqueza de la zona.
Las plantaciones de citrus a los costados de la ruta hacen más vistoso
el camino. El paseo mismo nos guió hacia El
Pueblo de las Mandarinas, Villa del Rosario, en donde una escultura que
emociona recibe al viajero recordando el trabajo de los italianos que poblaron
la zona y se dedicaron a la citricultura en familia.
Me gustó pero también me pinchó porque caló hondo en algo que el
citadino no tiene presente a menudo: el trabajo rural, los productos de la
naturaleza a disposición sin la mediación de un supermercado.
Al estar en otro lado uno se abre a conocer de los demás, qué hacen y
cómo, qué comen, a qué se dedican, cuáles son sus costumbres…
Es fascinante ver a jóvenes caminar por el centro de Concordia con el
termo bajo el brazo un sábado a la noche, o encontrar termotanques a lo largo
de la costanera de Gualeguaychú con la temperatura justa para que la gente se
sirva libremente agua para el mate y que en la mesa de un restaurante de
Chajarí en vez de pan te reciban con mandarinas gigantes para que esperes el
pedido comiendo unos gajitos.
Me pareció una propuesta sana y localista, dando
a conocer los recursos y virtudes del lugar. Me dejé atrapar por el llamado de
las naranjas y nuestras costumbres fueron modificadas durante las vacaciones.
El día comenzaba con un exprimido y el postre podrán adivinar lo que era.
Conseguimos una yerba de yuyitos suavecita que
evidentemente a la Ciudad de Buenos Aires no llega y hasta tomar mate tuvo algo
distinto.
Estuvimos pocos días, los suficientes para aprender,
para disfrutar, y para poder conectarnos con la riqueza de lo natural.
Lic. Ivana Rugini
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